Sardinas picantes en AOVE
Pocas cosas evocan tanto al mar como una buena sardina. Y aunque su temporada reina es el verano, cuando brillan plateadas en las lonjas y su carne alcanza el punto perfecto de grasa y sabor, hay un modo de tenerlas siempre a mano: en conserva. Sumergidas en aceite de oliva virgen extra, con el leve ardor de unas guindillas o simplemente al natural, las sardinas se transforman en un tesoro que podemos disfrutaren cualquier época del año.
Durante generaciones fueron consideradas un alimento humilde, "comida de pobres", alimento cotidiano de quienes vivían mirando al Mediterráneo.
Hoy, la historia les devuelve la justicia que merecen; la sardina es un manjar en toda regla, humilde en apariencia pero noble en esencia. Rica en ácidos omega-3 con su sabor inconfundible que recuerda al fuego y a la sal, y con una versatilidad que enamora tanto al paladar mas sencillo como al más exigente.
En Málaga tenemos una favorita :la sardina Manolita. De tamaño mediano, carne jugosa y sabor profundo, es la protagonista indiscutible de nuestros espetos frente a la orilla, pero también brilla en un taper o en un tarro de cristal, cubierto de buen aceite de oliva virgen extra, esperando su momento para ser servida sobre un buen pan crujiente. La Manolita no es solo un pescado, es memoria, tradición y mar en estado puro.
Ingrediente:
500 g de sardinas malagueñas Manolita
200 g de aceite de oliva virgen extra
10 granos de pimienta negra
4 dientes de ajo
2 guindillas o 3, eso ya depende del gusto y de la guindilla
2 hojas de laurel
Modo de hacerlo:
Comenzamos limpiando las sardinas, retirándoles la cabeza y las tripas. Si tenemos la suerte de contar con un pescadero amable y dispuesto, podemos pedirle que nos haga este trabajo, y así llegamos a casa con las sardinas listas para la receta.
En una sartén amplia- mejor si es de fondo grueso- vertemos el aceite de oliva virgen extra, ese que perfuma y ennoblece cualquier preparación.
Añadimos unos dientes de ajos enteros, apenas chafados, unas hojas de laurel, dos o tres guindillas, según el gusto de cada cual. Llevamos el aceite a fuego medio y lo dejamos templar durante cinco minutos, con cuidado de que no llegue a hervir: buscamos que los aromas se infundan lentamente en el aceite, no freír los ingredientes.
Pasado este tiempo, incorporamos las sardinas con suavidad.
Cocinamos a fuego medido-bajo durante un par de minutos, siempre vigilante que el aceite no hierva. El tiempo dependerá del tamaño del pescado, las sardinas Manolitas de tamaño mediano a pequeño necesitan apenas dos minutos; si son más grandes, nunca más de tres. La clave está en que queden firmes pero jugosas, sin resecarse.
Cuando estén a punto, retiramos la sartén del fuego y dejamos que las sardinas reposen en su propio aceite, hasta enfriarse por completo.
Ese descanso les da la oportunidad de impregnarse de los aromas del laurel, el ajo y la guindilla, convirtiéndose en un bocado lleno de matices marinos y mediterráneos.
Una vez frías, podemos guardarlas en un tarro o taper de cristal cubiertas con su aceite, listas para disfrutarlas como más nos guste.
Y ya sabes, si te animas a preparar esta receta y quieres compartir conmigo una foto del resultado, estaré encantada de recibirla.
Nada me hace más ilusión que ver como mis recetas cobran vida en otras cocinas, con el toque personal de cada mano que las prepara. Porque la cocina, al fin y al cabo, es eso: un puente que nos une, una manera de compartir sabores, recuerdos y momentos alrededor de la mesa.
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